¿En donde dice la Biblia que...?

 

 

Miguel Ángel Fuentes, IVE

 

 

 

 

 

 

¿En dónde dice

la Biblia que...?

 

 

Respondiendo las principales objeciones

de las sectas y de los protestantes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ediciones del Verbo Encarnado

San Rafael (Mendoza ) Argentina – Año 2005


 

 

 

 

 

 

 

 

IMPRIMATUR

R.P. OSVALDO GABRIEL JESÚS ZAPATA, IVE

Superior Provincial

 

 

 

 

 

 

 

Ilustraciones:

Albrecht Dürer

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ediciones del Verbo Encarnado

El Chañaral 2699 – CC 376

(5600) San Rafael – Mendoza

Argentina

 

Tel: +54 (0)02627 – 430451

E-mail: ediciones@iveargentina.org

http://www.edicionesive.org.ar

http://www.iveargentina.org


 

 

Sistema de trascripción del alfabeto griego

 

[En razón de que muchos lectores tal vez no entiendan o

no puedan pronunciar las palabras escritas en caracteres

griegos, he trascrito las mismas en nuestro alfabeto. Para

simplificar omito ordinariamente los espíritus suaves –los

ásperos se trascriben con una “h” que se debe pronunciar

como una “j” suave– algunos acentos y la iota suscrita, que

no afecta a la pronunciación].

 

 

 

a  = a    h = ê     n = n      t = t

b = b    q = th    x = x      u = u

g = g     i = i       o = o      f = ph

d = d    k = k     p = p     c = j

e = e  l = l          r = r       y = ps

z = z  m = m      s,j = s    w = ô

~ = h


 

Capítulo 1

 

 

 

 

La cuestión

fundamental


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En este primer capítulo –clave para este libro no sólo por

la importancia que revisten en sí las cuestiones consideradas

en él sino por el lugar que éstas ocupan en la estructura de

este escrito– tocaremos dos puntos claves: el primero, que los

protestantes en general, y en particular las sectas que apelan

constantemente a la Biblia, no pueden fundamentar el uso

que hacen de ella; es decir, no saben por qué usan la Biblia.

La usan, tanto para su devoción y alimento particular (lo

cual alabamos y deseamos que continúen haciéndolo)

cuanto para objetar a los católicos las enseñanzas principales

de nuestra fe (¿quién no ha escuchado hasta el cansancio la

pregunta:  dónde dice la Biblia que...?), en lo cual hay un

abuso pasmoso, puesto que precisamente ellos deberían

primero  probar por qué tiene que estar en la Biblia lo que

nosotros enseñamos y creemos, lo cual no pueden hacerlo,

porque la Biblia no dice que todo tiene que estar allí.

Atención con esto: no estamos diciendo que las verdades de

nuestra fe no estén  en  la  Biblia,  sino  que,  si  bien  están allí

(explícita o implícitamente, como veremos en los siguientes

capítulos), el que “tengan que estar” no es doctrina bíblica.

Por otro lado, se supone que si ellos pretenden que una

verdad para ser creída deba estar en la Biblia, es porque

creen que la Biblia es Palabra de Dios; pero ¿cómo saben y

prueban esto? ¿dónde dice la Biblia que ella es Palabra o

Revelación de Dios?; es más, ¿en dónde dice la Biblia qué es


 

 

la Biblia, es decir, cuántos y cuáles libros forman parte de la

Biblia? ¡En ninguna parte! ¡No se preocupen! La Biblia      es

Palabra de Dios, y los libros que se contienen en nuestras

Biblias son inspirados por Dios (aunque en algunas Biblias

protestantes falten algunos libros o algunos de ellos estén allí

pero como de      dudosa inspiración);  pero  sólo  la  Iglesia

católica y la Tradición pueden garantizar esta verdad: que la

Biblia es Palabra de Dios y que está conformada por tales y

cuales libros y que tales o cuales traducciones responden al

sentido literal de los textos originales. Esto los protestantes lo

aceptan en su conclusión (la inspiración de la Biblia) pero no

en sus premisas o causas (que la única garante de esta

verdad, o sea, la única que puede garantizar que esta verdad

es verdad, es la Iglesia católica). Con la Reforma de Lutero,

Calvino y Zwinglio (antes había habido otros intentos

similares, algunos de los cuales todavía perduran, como el de

Juan Hus, pero no fueron tan determinantes históricamente

como la obra de estos llamados reformadores o rebeldes al

magisterio de la Iglesia católica) los primeros protestantes (y

luego las iglesias y sectas que se desmembraron de ellos

hasta nuestros días) se quedaron con esta verdad, pero

rechazaron a la Maestra que la enseñaba y la garantizaba (la

Iglesia), cayendo en un fideísmo (o sea en un acto no de fe

sino de fe verdaderamente ciega, que no se confunde con la

fe verdadera).

La segunda verdad que quiero exponer en este

capítulo es que la Tradición no se contrapone a la Biblia,

sino que la complementa, y más todavía, es la que le hace de

soporte y garantía; y que ¡incluso esto es una doctrina

bíblica! Sin la Tradición no sabríamos que hay libros

inspirados, ni cuáles son, ni cómo deben entenderse.


 

 

Los cristianos no católicos no pueden

fundamentar el uso que hacen de la Biblia

 

 

Las objeciones y dificultades que ponen los no católicos

son numerosas, casi todas basadas en malas comprensiones

de textos bíblicos o lecturas parciales de la Sagrada Escritura.

Trataremos en los siguientes capítulos de responder

católicamente a cada una de esas objeciones. Sin embargo,

hay un problema fundamental que, para ser honestos, los

cristianos no católicos deben resolver primero, y es el

problema de los principios fundamentales de su fe cristiana.

Ellos presentan muchas dificultades, todas a partir de su

lectura personal de la Biblia; pero el hecho fundamental es

que, para poder hacer esto, primero deben justificar por qué

usan la Biblia y qué derecho tienen para hacerlo, y, segundo,

deben justificar con qué derecho ellos se atribuyen el

derecho de interpretar privadamente la Biblia. El recurso

exclusivo a la Biblia y el derecho de interpretarla

privadamente son los dos grandes principios que todo el

cristianismo no católico ha heredado de los primeros

reformadores. El gran problema del cristianismo no católico

es que los dos principios son imposibles de fundamentar y

llevan a un círculo vicioso y a un callejón sin salida.

Empezaré, pues, demostrando la inconsistencia de

estos principios. Y como ellos son claves, al tocar en los

siguientes capítulos las distintas objeciones que los no

católicos presentan a los católicos   apoyándose en la Biblia,

volveré una y otra vez a recordar que en línea de principio

no se les debe responder a sus objeciones hasta tanto ellos

no demuestren con qué derecho usan la Biblia; mis

respuestas a las objeciones puntuales, por tanto, serán más

bien de carácter ilustrativo para los mismos católicos (es

decir, para ayudarles a profundizar su fe) puesto que un no


 

católico, al no poder demostrar su derecho a usar la Biblia,

tampoco puede exigir una respuesta a sus preguntas (que no

obstante, por caridad, podemos darles).

 

En este primer capítulo haré varias referencias a un

valioso opúsculo publicado hace muchos años por el gran

apologista católico, Antonio J. Colom, S. J., titulado “Cómo

defender nuestra fe”. El tema que trata allí el P. Colom se

encuentra también en numerosos textos clásicos de

apologética católica; él tiene el mérito de formular los

argumentos con gran precisión y poder de síntesis; en varias

partes lo citaré textualmente.

 

Nota: el mundo del protestantismo abarca un espectro

demasiado amplio de denominaciones e iglesias como

para intentar una crítica pormenorizada de cada una de

ellas; téngase en cuenta, por tanto, que al hablar de

Protestantismo abarcamos tanto a las iglesias surgidas

inmediatamente de la Reforma (luteranismo, calvinismo,

anglicanismo, bautistas, etc.)                llamadas a          veces

“denominaciones tradicionales”, como también a sectas

“protestantes”        (adventistas        del        Séptimo        día,

pentecostales, distintas divisiones del evangelismo, etc.;

por extensión englobamos en esta categoría a los

Testigos de Jehová y hasta cierto punto a los Mormones,

porque también ellos hacen uso de la Biblia, aunque no

son propiamente religiones “cristianas” pues no aceptan

la divinidad de Jesucristo y el dogma de la Santísima

Trinidad, fundamentos del cristianismo tanto católico

como no católico). Por tanto, si bien hay diferencias

esenciales entre estas denominaciones y sectas, tienen

en común la aceptación de los principios fundamentales

de la Reforma protestante y las principales objeciones

que hacen al catolicismo. En cuanto a las objeciones que

son exclusivas de algunas sectas (como los Testigos de

Jehová o los Adventistas), lo aclararemos en los casos

particulares. En cuanto a la belicosidad contra el


 

Catolicismo, hay que distinguir entre las personas: hay

miembros de algunas sectas que son muy respetuosos de

las creencias ajenas y hay miembros de denominaciones

tradicionales que tienen una gran beligerancia contra la

Iglesia católica, como reconocen algunos protestantes

convertidos al catolicismo (por ejemplo, ex calvinistas).

Hay que reconocer, y éste es en gran medida el

propósito de este libro, que muchas de estas personas no

están animadas por mala voluntad, sino por una errónea

comprensión de la fe católica, que hace comprensible su

rechazo activo de nuestra Iglesia. Quisiera que estas

páginas también les sirvieran a ellos para despejar

algunos equívocos sobre lo que creemos los católicos.

 

 

 

*     *     *     *

 

Los principios fundamentales del protestantismo

 

Quienes se hayan enfrentado a “misioneros” de

iglesias protestantes y, sobre todo, a miembros de sectas que

se autodenominan cristianas (téngase en cuenta la aclaración

que hemos hecho en la Nota con que cerramos el párrafo

anterior), habrán advertido que los mismos ponen

innumerables objeciones a los católicos exigiéndoles

defenderse con la Biblia en la mano (“¿dónde dice la Biblia

que María fue virgen, o que se debe llamar              padre al

sacerdote, o que hay que adorar las imágenes, etc., etc.”?).

Algunos católicos incautos o mal (in)formados caen en el

ardid de estas personas (aclaro que no juzgo sus intenciones,

las cuales en muchos casos pueden ser buenas) bajando a su

terreno e intentando contestar sus preguntas o fundamentar

nuestros dogmas; en la inmensa mayoría de los casos no son

escuchados o reciben por toda respuesta una nueva

objeción. Los protestantes, por su parte, apabullan muchas


 

veces con citas bíblicas que parecen –al menos por el uso

que se hace de ellas– contradecir alguna verdad católica.

Esto es muy mala táctica y nos hace entrar en el

juego que estas personas buscan. En realidad, el católico

debe comenzar por exigirles a estas personas que

fundamenten  con qué derecho ellos usan la Biblia; si nos

piden que digamos   en qué lugar de la Biblia se encuentra

indicada tal o cual verdad, tal o cual práctica,      ellos deben

primero explicarnos y fundamentarnos por qué eso debe

estar en la Biblia. Nos dirán que porque la Biblia es Palabra

de Dios (lo que todo católico acepta); el problema es que el

protestante no puede demostrar que la Biblia sea Palabra de

Dios y por tanto, no tiene derecho a usarla en contra de los

católicos. Los católicos, en cambio, sí pueden demostrar que

la Biblia es Palabra de Dios, y por tanto, son ellos (es decir,

el magisterio de la Iglesia católica) quienes tienen el derecho

de interpretar la Biblia. Esto que acabamos de decir muestra

la falencia principal de todo el protestantismo: en razón de

los principios fundamentales de su religión (y esto es común

a todo el protestantismo, tanto de las iglesias tradicionales

como de las sectas de origen protestante) no tienen modo de

saber si la Biblia es Palabra de Dios o no (de hecho afirman

que es Palabra de Dios, porque esto lo han recibido de la

Iglesia católica). Vamos a demostrar este aserto que es la

principal objeción que debemos hacer a todo protestante que

viene a combatir nuestra fe.

 

Nota: quiero aclarar que no pretendo que los

protestantes dejen de usar la Biblia; al contrario, ésta es

una de las riquezas que encierran todas las

denominaciones protestantes y, hay que reconocerlo

honestamente, en muchos casos tratan los Libros

Sagrados con mayor veneración que muchos católicos.

En esto hay católicos que tienen mucho que aprender de

nuestros hermanos protestantes: su amor por la

Escritura, su asidua lectura e incluso estudio, su


 

constante recurso a ella, el usarla como medio de

oración, etc. Pero esto no quita que ellos no puedan

fundamentarla y que, por tanto, no tengan derecho a

usarla para combatir a la Iglesia católica,                   la cual les ha

legado el don inestimable de la Palabra de Dios.

 

Los principios fundamentales del protestantismo son dos:

sola Scriptura  (la sola Escritura) y    sola fide (la sola fe; se

podría añadir un tercero:            sola gratia –la sola gracia–, pero

puede reducirse al de       sola fide, y ambos principios en

realidad se derivan del primero, puesto que profesan la

salvación por la sola fe precisamente porque así entienden

que está revelado en la Escritura). Es el primero el que nos

interesa aquí, pues es el que hace referencia a la Biblia (el

segundo es la síntesis de su teología de la salvación y de la

moral, que analizaremos más adelante).

El principio de     sola Scriptura, formulado por Lutero

significa dos cosas:

(a) que la Biblia es palabra de Dios (y por tanto,

debemos creer todo lo que ella dice) y no hay más palabra

de Dios que la Biblia (por tanto, se ha de creer solamente lo

que dice la Biblia, de donde brota el rechazo de toda

Tradición y Magisterio de la Iglesia).

(b) que cada uno ha de interpretarla por sí mismo

(llamado “principio del libre examen”).

 

Éste es un principio universal para todos los

protestantes: sólo la Biblia es la norma de fe, y más

propiamente la interpretación que cada uno hace de la

Biblia, es la norma de fe. Precisamente esto es lo que ha

llevado, desde la Reforma de Lutero, a tanta multiplicación

de iglesias protestantes y luego de sectas derivadas: cada uno

interpreta privadamente la Biblia... ¡encontrando en ella

cosas diversas! Ya en vida de Lutero ocurrió esto con los

anabaptistas, a quienes él combatió incluso militarmente.


 

Nuestra afirmación es la siguiente: los protestantes no

pueden demostrar ninguno de estos dos principios, por

tanto, en rigor no pueden demostrar el valor de su religión ni

pueden con honestidad objetar a nadie nada usando la

Biblia, puesto que ellos no pueden demostrar que sea

Palabra revelada por Dios.

 

 

El principio: la Biblia es palabra de Dios

 

Tanto los católicos como todos los protestantes creen que

la Biblia es Palabra de Dios, es decir, que los libros

contenidos en la Biblia han sido revelados por Dios. La

diferencia está en que los católicos lo creen porque la

Iglesia lo enseña y ella sale de garante de esta verdad (la

Iglesia, pues, debe demostrar ella misma que tiene esta

autoridad1 y luego garantizar con dicha autoridad que

tales o cuales libros han sido inspirados por Dios).

Los protestantes también creen que la Biblia es

Palabra de  Dios y la tienen en gran veneración (y ésta es

una de sus riquezas, como ya hemos dicho), pero             no

pueden demostrarlo, no lo pueden probar, lo cual hace

que su religión sea un fideísmo (creen sin poder explicar

por qué creen); esto demuestra que su principio es falso y

todo cuanto edifican sobre ello es también falso. De

hecho, usando el mismo principio del protestantismo, se

podría concluir que también son Palabra de Dios el

Corán, los libros Vedas, o los escritos de cualquier loco

que dice tener revelaciones divinas.

 

 

1 Esto lo demuestra a través de distintas vías que conforman lo que se

denomina el tratado apologético sobre la Iglesia. Puede verse cualquiera

de los tratados tradicionales como el de Albert Lang, “Teología

fundamental”, Rialp, Madrid 1966, tomo II; Vizmanos-Riudor, “Teología

fundamental”, BAC, Madrid 1966, etc.


 

Para entender esto debemos tener en cuenta que

la Biblia no es un libro único, sino una colección de libros

y escritos (eso quiere decir la expresión “ta biblía” en

griego: los libros, plural neutro de        biblíon): son cartas,

profecías, historias, etc., algunas escritas antes del

nacimiento de Jesucristo y otras después. Estos libros y

cartas no han sido los únicos escritos religiosos de la

antigüedad, ni siquiera los únicos dentro del pueblo judío.

De hecho, circularon en los tiempos bíblicos otros libros

que la Iglesia no admitió como inspirados (por ejemplo los

llamados apócrifos, como el Libro de Enoc, el Libro de los

secretos de Enoc, el libro de los Jubileos, el Testamento de

Leví, los Salmos de Salomón, etc.; véase lo que diremos

más adelante sobre los apócrifos del Antiguo Testamento);

con mayor razón muchos de los          apócrifos del Nuevo

Testamento que son escritos provenientes de diversos

ambientes, muchos de ellos gnósticos de los siglos II y

siguientes2). Para formar la Biblia, por tanto, hubo que

elegir entre todos los escritos (cosa que no se hizo en un

momento, porque hasta la muerte del último apóstol no

estuvieron compuestos todos los libros)3. Si no fuera por

la Iglesia, que hizo este trabajo, no sabríamos cuáles son

los libros inspirados por Dios (y por tanto, “Palabra de

Dios”), y si la Iglesia no fuera infalible no podríamos tener

seguridad de que esos libros son efectivamente inspirados

por Dios (esos libros y no otros).

Los protestantes, al no aceptar la autoridad de la

Iglesia, (no aceptan magisterio alguno ni tradición), no

 

 

2 Se puede ver sobre este tema la voz                    Apócrifos en, Francesco

Spadafora,   Diccionario Bíblico, Ed. Litúrgica Española, Barcelona 1968,

44-51. También lo diremos más adelante indicando la bibliografía.

3 Véase lo que diremos más adelante al tratar el tema del Canon

bíblico.


 

 

pueden saber por qué admiten que la Biblia es Palabra de

Dios. La aceptan y punto; no saben por qué ni lo pueden

demostrar y los intentos de prueba que hacen caen en

silogismos viciosos. Por eso aceptan la Biblia como

Palabra de Dios, pero con la misma seguridad que para

los mormones tiene el       Libro de Mormón, o para los

musulmanes el      Corán, o los textos Vedas para los

hindúes. Si los protestantes no aceptan que estos libros (el

Corán, el Rig Veda, etc.) sean inspirados, deben

reconocer que tampoco pueden probar que sean

inspirados los suyos (la Biblia).

 

El problema surge del hecho de que los protestantes se

contradicen y se refutan a sí mismos, al afirmar dos cosas

contradictorias: (a) que la Biblia es Palabra de Dios; (b) que

sólo hay que creer lo que está en la Biblia. Pero ¡en ningún

lugar de la Biblia se dice que la Biblia (toda ella, es decir los

47 libros del Antiguo Testamento y los 27 del Nuevo

Testamento) es Palabra de Dios!

Decimos que los protestantes, al afirmar que la Biblia

es palabra de Dios, sosteniendo al mismo tiempo que sólo se

debe creer a lo que dice la Biblia, se contradicen porque la

Biblia en ninguna parte afirma que ella (toda ella) es palabra

de Dios.

Los protestantes dicen que sólo hay que admitir las

verdades claramente expresadas en la Biblia, pero ¿en qué

texto de la Escritura se afirma el principio de que “la Biblia es

Palabra de Dios” o de que “sólo la Escritura es norma de

fe”? Sólo puede aducirse, como más próximo, el texto de

San Pablo:   toda Escritura es inspirada por Dios y útil para

enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la

justicia (2Tim 3,16); pero este texto no dice qué límites –o

alcances– tiene la expresión “toda Escritura”: ¿a qué libros se

refiere? ¿todo libro escrito en el mundo? ¿son los libros que

se contienen en la Biblia actual?; en tal caso, ¿cómo sería,


 

puesto que algunos no estaban todavía escritos al escribir eso

San Pablo4? El pasaje sólo puede ser entendido como

referido a la utilidad de los libros inspirados (en el sentido de

toda Escritura inspirada por Dios es útil para...) pero no con

intención de delimitar cuál es esa Escritura inspirada. De este

modo, para los protestantes sólo la Biblia es regla de fe...

pero en la misma Biblia no se dice cuál es la Biblia (o sea el

conjunto de libros inspirados), lo cual (aun haciendo caso

omiso a que algo que se prueba a sí mismo no tiene valor de

prueba) deja a los protestantes sin norma de fe... a menos

que la pidan prestado a la tradición, sin reconocerlo. Con

toda razón tuvo que aceptar esto el mismo Lutero –en su

Comentario sobre San Juan– al decir: “Estamos obligados de

admitir a los Papistas que ellos tienen la Palabra de Dios,

que la hemos recibido de ellos, y que sin ellos no tendríamos

ningún conocimiento de ésta”.

 

Para escapar de este problema –que algunos protestantes

reconocen al menos a medias– algunas sectas han afirmado

que saben que la Biblia es palabra de Dios por el efecto que

les produce su lectura.

Pero esto es evidentemente erróneo pues, como

señalaba el P. Colom en su opúsculo mencionado más

arriba:

(a) Implica una nueva contradicción con sus

principios, pues ellos dicen creer solamente lo que está en la

Biblia y la Biblia en ninguna parte dice que se puede conocer

que un escrito es palabra de Dios por el efecto que produce

 

 

 

4 Esta carta, que parece ser de los últimos escritos de San Pablo, debe

ser datada poco antes del año 67 (1Tim y Tito son del 65), siendo anterior

al Apocalipsis (hacia el año 95), al Evangelio de Juan y a la 1Juan –

posteriores al Apocalipsis. De los mejores estudios sobre las llamadas

“epístolas pastorales de san Pablo” (Tito, 1 y 2 Timoteo) es la obra del

profesor de la Universidad de Fribourg, Suiza, Ceslaw Spicq, Les Épitres

Pastorales, Tomo I y II, Gabalda Ed., París 1969.


 

 

su lectura. Efectivamente, ¿dónde dice la Biblia que por sus

efectos los lectores sabrán que la Biblia es revelada?

(b) Además es clarísimo que las cosas que se han

añadido a la Biblia y las frases o palabras mal traducidas, no

son palabra de Dios. Si fuese verdad que ellos pueden

conocer si un escrito es palabra de Dios por el efecto que les

produce su lectura, entonces al leer algo añadido a la Biblia

o mal traducido, sabrían que no es palabra de Dios por no

producirles el efecto que dicen que les produce la lectura de

la Biblia, palabra de Dios. Pero hagan la prueba de hacer

leer a cualquier protestante (pastor o simple fiel, porque el

principio debe valer para todos, hasta para el más sencillo)

diversos textos, algunos de los cuales deliberadamente mal

traducidos y que disciernan –por los efectos producidos– cuál

es palabra de Dios y cuál no es... No pueden hacerlo porque

el principio es falso.

 

El P. Colom relata lo siguiente: “Una vez, hablando

en Asunción (Paraguay), con dos misioneros mormones, y

diciendo ellos en su Credo (Art. 8°): Creemos que la Biblia es

la palabra de Dios hasta donde está bien traducida, les

pregunté cómo sabían ellos si estaba bien traducida. Me

respondieron que ‘por la imposición de manos que habían

recibido’. Para probarles que no era verdad lo que decían,

les propuse presentarles cien textos de la Biblia, algunos de

ellos expresamente mal traducidos por mí. Entregaría un

ejemplar de los cien textos a cada uno de ellos para que, por

separado, pusiesen una cruz a los mal traducidos. Si era

verdad lo que decían (que por la imposición de manos que

habían recibido conocían si un texto de la Biblia estaba bien

traducido) los dos coincidirían al señalar con una cruz los mal

traducidos. No aceptaron. Incluso uno de ellos se desdijo,

confesando que él no podía conocer si un texto estaba mal

traducido. ¿Aceptarían los protestantes que dicen conocer

que la Biblia es palabra de Dios por el efecto que les produce

su lectura, la prueba que les propuse a los misioneros


 

mormones? Y, en cuanto a éstos, si creen en la Biblia en

cuanto esté bien traducida, y no saben cuándo está bien

traducida, ¿pueden creer en la Biblia?”

(c) ¿Por qué, si nosotros tenemos la misma naturaleza

que los miembros de las sectas protestantes, al leer la Biblia

no advertimos que sea palabra de Dios por el efecto que nos

produce su lectura? Y si nosotros no lo advertimos, tampoco

ellos los advertirán; por tanto, es falso lo que dicen.

Además, si esto fuese verdad, para saber que un escrito

no es palabra de Dios, habría que leerlo para advertir que no

produce aquel efecto y, por lo tanto, no es palabra de Dios.

¿Y han leído las sectas todo lo que se ha escrito en el mundo

para decir que sólo lo que está en la Biblia es palabra de

Dios? Si no han leído todos los libros, cartas, periódicos,

revistas, etc., que se han escrito en el mundo, ¿cómo saben

que sólo lo que está en la Biblia es Palabra de Dios?

Por este motivo, el que no haya más libros

inspirados que los que tenemos en la Biblia es doctrina de

la Iglesia católica, no de la misma Biblia.

 

Nota: Soy consciente de que al traspasar el peso de la

prueba sobre la Iglesia, estoy pasando el problema de la

Sagrada Escritura al Magisterio y a la Tradición; éstos

deben demostrar su      autoridad divina (o sea, conferida

por Dios) con pruebas históricas y milagros, de lo

contrario, tampoco estaríamos obligados a creerles a

ellos. La historia de la teología católica jamás ha

soslayado este tema, creando precisamente los tratados

teológicos     De vera religione (“sobre la verdadera

religión”) y       De vera Ecclesia (“sobre la verdadera

Iglesia”), para atender a estas cuestiones. El honor y el

rigor de la verdad nos obligan a decir que la Iglesia

primero debe probar su autoridad divina; luego

–probada aquélla– podrá garantizar el valor revelado de

sus Escrituras.


 

 

Hace ya muchos años el mismo P. Colom afirmaba:

“Llevo más de veinte años pidiendo a las sectas protestantes,

a sus fieles, a sus pastores, que me prueben —por escrito,

para que conste lo que han dicho—, que la Biblia es palabra

de Dios. Lo he pedido en conferencias, por radio, en más de

treinta mil hojas que se han repartido, personalmente,...

Nadie ha contestado. Un pastor adventista del Séptimo día

muy conocido, hará unos veinte años que me prometió que

lo probaría. A los pocos días confesó que no lo podía probar.

Hace unos meses, otro pastor adventista prometió lo mismo,

para confesar después —hay testigos— que no lo puede

probar. Otros que también prometieron probarlo, han

callado. Verían, como vieron los adventistas, que no lo

pueden probar. Por esto, cuando los católicos son visitados

por algún miembro de las sectas, con la Biblia en la mano y

la intención de quitarles la fe, pídanles que, antes de abrir la

Biblia, les prueben por escrito que la Biblia es palabra de

Dios... Y si se atreven a probarlo, que me escriban”.

 

 

Nota: Cuando decimos “probar” nos referimos a una

“demostración” científica; la fe en la Palabra de Dios no

se opone a la demostración de los fundamentos de la fe

(no del contenido de la misma fe). Por tanto, hablamos

de probar con razonamientos verdaderos, regidos por las

leyes universales de la lógica (aunque sean expuestos en

lenguaje sencillo y popular), de lo contrario, no hay

prueba que valga (las que me han intentado dar algunas

personas o caen en           peticiones de principio –círculo

vicioso– usando como argumento probatorio aquello a lo

que deberían llegar como conclusión; o usan términos

equívocos, etc.).


 

A veces sucede que cuando un católico les pide a los

miembros de las sectas que prueben que la Biblia es palabra

de Dios, éstos le preguntan si él cree que lo es, y si lo cree,

¿para qué probárselo? No hay que caer en este sofisma,

puesto que los católicos creemos que la Biblia es Palabra de

Dios  apoyándonos en la autoridad del magisterio de la

Iglesia. Por el contrario, si algún protestante nos responde

así, habría que decirle: “¿Usted cree que la Biblia es Palabra

de Dios por el mismo motivo que lo creo yo? Porque si cree

por el mismo motivo, entonces está aceptando que la Iglesia

católica es la Iglesia verdadera fundada por Jesucristo y que

tiene autoridad infalible para determinar qué libros son

inspirados por Dios y cuáles no. En tal caso: ¡bienvenido al

catolicismo!”

 

Otro problema serio se presenta para los protestantes con

las traducciones de la Biblia. La Biblia es palabra de Dios;

pero la Biblia inspirada por Dios no ha sido escrita en

nuestras lenguas modernas. Algunos de sus textos

originalmente fueron escritos en hebreo y otros en griego.

Nosotros tenemos traducciones de la Biblia; y toda

traducción, al no poder verter en la lengua a la que quieren

traducir, toda la riqueza del original, tiene que añadir

expresiones para hacerse entender, las cuales añaden o

quitan palabras al texto original. Esto lo hace notar la misma

Biblia, puesto que el libro del Eclesiástico comienza con un

prólogo del traductor (nieto de Jesús ben Sirá, autor del

libro) que reconoce lo siguiente: “Las palabras hebreas

pierden mucho de su fuerza trasladadas a otra lengua. Ni es

sólo este libro, sino que la misma Ley y los Profetas, y el

contexto de los demás libros, son no poco diferentes de

cuando se anuncian en su lengua original5.

 

5 Libro del Eclesiástico, Prólogo, vv. 15-26. Algunos no consideran

canónico este prólogo en cuanto no parece pertenecer al mismo libro del

Eclesiástico, sino que es una traducción del original; pero es importante su

testimonio para ver este problema que estamos señalando.


 

Ahora bien –nuevamente recurro a los argumentos

del   P. Colom–, cuando las sectas se presentan con la Biblia,

se les puede preguntar: “¿Esto es la Biblia o una traducción

de la Biblia?”. Han de decir que una traducción. “Si es una

traducción —añada el católico— ¿dónde dice la Biblia que

se puede traducir? ¿Dónde dice la Biblia que esta traducción

está bien hecha y no contiene errores?, pues, según ustedes

hemos de creer solamente lo que dice la Biblia”. Para probar

que la Biblia se puede traducir y que la traducción está bien

hecha y no contiene errores, hace falta una autoridad distinta

de la Biblia —puesto que la Biblia no lo dice— y posterior a

ella y a la traducción, autoridad que las sectas no admiten.

 

 

No hay más palabra de Dios que la Biblia

 

El principio que guía al protestantismo sobre la Biblia (la

Biblia es Palabra de Dios) implica también que “sólo la

Biblia” es fuente de autoridad; o sea, no hay otra regla de fe

que la Biblia; con esto los protestantes rechazan toda otra

autoridad y magisterio. He de señalar que no ha sido ésta

una postura defendida siempre por Lutero, ya que él, al

menos en 1519, todavía se remitía a la autoridad del Papa

(escribía Lutero estas palabras a León X: “Postrado a los pies

de tu Beatitud me ofrezco con todo lo que soy y poseo.

Vivifícame, mátame, llámame, revócame, apruébame, como

te plazca. Conozca por tu voz la voz de Cristo que en ti

preside y habla; si merezco la muerte, no la rechazaré”6). Fue

al ver fulminadas como heréticas varias de sus doctrinas que

se separó de todo aquello que restringiera su libertad

doctrinal. Desde entonces Lutero proclama que la Biblia y

sólo la Biblia es regla única, suficiente, suprema de la fe, juez

 

 

6 Praefatio thesium, edición de 1519; citado por Alberto Vidal Cruañas,

Necesidad del magisterio de la Iglesia y autoridad del mismo para defender

e interpretar las Sagradas Escrituras (sin datos de edición).


 

 

soberano y sin apelación de toda controversia doctrinal. El

protestantismo, así, no es más que el principio de la libertad

y del individualismo aplicado en materia religiosa.

Esto lo expresan las diversas denominaciones de

diversas maneras: “Las Sagradas Escrituras son la única regla

de fe y práctica para el cristiano”; “La Biblia, sólo la Biblia,

nada sino la Biblia, he aquí la religión del Protestantismo

evangélico”; “La Biblia, y solamente la Biblia: he aquí la

única norma de fe”.

Pero este principio es contradictorio, pues –como ya

hemos señalado– si la Biblia es la única norma de fe, ¿en

dónde dice la Biblia eso? ¡“Sólo hay que creer lo que dice la

Biblia”!, ¡pero precisamente esto no lo dice la Biblia! Por eso,

si se ha de creer solamente lo que dice la Biblia, y la Biblia

no dice que se ha de creer solamente lo que ella dice, no se

ha de creer solamente lo que ella dice.

 

Además, este principio va en contra de la misma Biblia,

porque la Biblia dice que se han de creer cosas que no están

en la Biblia. Así, por ejemplo, San Juan, al final de su

Evangelio, escribe: Hay, además de éstas, otras muchas cosas

que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, ni

en todo el mundo creo que cabrían los libros que se

escribieran (Jn 21,25). Y al terminar su tercera carta escribe:

Muchas cosas tenía que escribirte, mas no quiero escribirte

con tinta y pluma; mas espero verte pronto, y hablaremos de

viva voz (3Jn 13-14). San Pablo, por su parte, manda que se

transmita lo que se oyó: Lo que oíste de mí, garantizado por

muchos testigos, esto confíalo a hombres fieles, quienes sean

idóneos para enseñar a su vez a otros (2Tim 2,2); Conserva

sin detrimento la forma de las palabras sanas que de mí oíste

(2Tim 1,13). Por esto también nosotros hacemos gracias a

Dios incesantemente de que, habiendo vosotros recibido la

palabra de Dios, que de nosotros oísteis, la abrazasteis no

como palabra de hombre, sino tal cual es verdaderamente,

como palabra de Dios (1Tes 2,15);         Os recomendamos,


 

 

hermanos, en el hombre de nuestro Señor Jesucristo, que os

retraigáis de todo hermano que ande desconcertadamente y

no según la tradición que recibieron de nosotros (2Tes 3,6).

 

Así, volvemos a las palabras de Colom, cuando los

miembros de algunas sectas preguntan al católico: “¿Dónde

está en la Biblia tal o cual cosa?”, refiriéndose a una doctrina

católica que según ellos no está en la Biblia, hay que

preguntarles: “¿Y dónde dice la Biblia que se ha de creer

solamente lo que ella dice?”, señalándoles después los textos

de San Juan y de San Pablo de los párrafos anteriores.

 

 

El principio de la libre interpretación

de la Biblia

 

Según la doctrina del protestantismo en general y también

de las sectas derivadas de él, no es la Iglesia ni ninguna otra

autoridad externa, sino cada individuo, el que tiene que

interpretar la Biblia. Esto se denomina “libre examen”: cada

uno interpreta privadamente la Escritura con la ayuda del

Espíritu Santo.

En la Declaración de Fe bautista se lee: “Cada ser

humano tiene el derecho de estudiarla (a la Biblia) para sí y

está en el deber de seguir sus sacrosantas enseñanzas”. “El

protestantismo —leemos en otro escrito protestante— es un

testimonio histórico en favor del derecho de libre examen y

libre interpretación de las Sagradas Escrituras”. “Solamente

el libre examen debe interpretar la Biblia”, escribía un Pastor

protestante.

Debido a este principio, las Biblias protestantes se

publican sin notas, dejando al lector la interpretación de lo

que lee.

Es el Espíritu Santo –dicen— el que tiene que

enseñar al que la lee lo que dice la Biblia. En vez de la

autoridad de la Iglesia, la inspiración privada.


 

 

 

Sin embargo, este principio es falso e insostenible por

varios motivos muy fuertes.

En primer lugar, no es bíblico. ¿Dónde dice la Biblia

que cada uno debe interpretar la Biblia por sí solo sin ayuda

de ningún magisterio? En ninguna parte; y si –basados en el

principio de la “sola Escritura”– los protestantes sólo aceptan

lo que dice la Biblia, entonces deberían rechazar este

principio porque no se encuentra formulado en ningún lugar.

Por el contrario, hay que decir que el principio es anti-

bíblico, puesto que si vamos a lo que dice la Biblia vemos

que en ella no se dice que cada uno lea la Biblia y la

interprete por sí solo, sino que les sea predicado y explicado

lo que ella contiene. Es lo que hace Jesús con los discípulos

de Emaús (cf. Lc 24,13 y ss). Más aún, en este episodio

Jesús critica a sus discípulos por no entender lo que dicen las

Escrituras:  ¡Oh, insensatos y tardos de corazón para creer

todo lo que dijeron los profetas! (Lc 24,25). O sea, que los

discípulos, habiendo leído (u oído en la Sinagoga) la Palabra

de Dios, no les había bastado con su sola interpretación para

entender la verdad. A los apóstoles se les manda, antes de la

ascensión de Cristo a los cielos, que vayan y prediquen la

Buena Nueva –el Evangelio– a todas las gentes, diciéndoles

que quienes les crean se salvarán (cf. Mc 16,16); quienes

crean  la predicación de los apóstoles; no se les manda

escribir Biblias y repartirlas y dejar a cada fiel a solas con el

Espíritu Santo.

Este principio es también anti-bíblico porque

contradice lo que señala San Pedro en su segunda carta

hablando de las cartas de Pablo: en las cuales [epístolas] hay

algunas cosas difíciles de entender, las cuales los indoctos y

poco asentados tuercen, lo mismo que las demás escrituras,

para su propia perdición (2Pe 3,16). Pedro reconoce

explícitamente que los poco preparados (“amatheis” en

griego significa estúpidos, rústicos, groseros; y “astêriktoi”

inestables y mal afirmados; la Neo Vulgata traduce “indocti


 

et instabiles”) la tuercen y mal interpretan; por tanto la libre

interpretación que hacían estos tales de los escritos paulinos

no provenía del Espíritu Santo sino del diablo, puesto

que desembocaba en “su propia perdición” (“tên idían autôn

apôleian”). San Pedro califica estos escritos paulinos como

“dusnoêtos”, es decir, difíciles. “Dus” en griego es un prefijo

peyorativo indicando que no son fáciles de entender.

También es testimonio de Pedro el que toda profecía

de la Escritura no se hace por propia interpretación (2Pe

1,20). Pedro desconfía de los autodidactas incompetentes

que entienden y comentan los textos a su manera (¿pero

cómo podría tacharse así a cualquier persona si el Espíritu

Santo realmente guiase a cada cual en la interpretación

personal de la Biblia?). El término “epilusis”, usado por

Pedro quiere decir “solución de un enigma, interpretación”

(cf. su uso en Gn 40,8; 41,16), “respuesta a una

investigación” (cf. Hch 19,39). Por este motivo Jesús

explicaba las parábolas a sus discípulos (cf. Mc 4,34) y no los

dejaba a solas con el Espíritu Santo (como hubiera hecho si

se hubiese guiado por los principios protestantes). Este

versículo de Pedro como señala Spicq en su comentario a las

cartas petrinas7, opone “Escritura” a “interpretación

personal”, y recuerda que “idios” (= propia; el texto griego

dice “ídias epilúseos”) puede significar “por su propia

cuenta”, “por sí mismo”; es la acusación que Clemente hace

a Simón el Mago, a saber: que quiso “alegorizar las palabras

de la Ley a su propia manera (idia prolépsei)”8; esta

acepción está confirmada por el verbo con un genitivo:

“ginesthai tinos” (= convertirse en propiedad de alguien,

apropiarse de algo) de tal modo que la traducción literal del

versículo sería: “ninguna profecía puede ser interpretada

 

7 Cf. C. Spicq, Les Épitres de Saint Pierre, Gabalda Ed., Paris 1966,

pp. 224-226.

8 Ps. Clemente, Homilia 2,22. No se trata de Clemente Romano sino

de otro Clemente, denominado “Pseudo” Clemente para diferenciarlo del

pontífice del mismo nombre.


 

 

como algo propio de cada uno”. San Pedro no va más allá

indicando quién debe interpretar las palabras de Dios con

autoridad, pero el texto es suficiente para manifestar que

proclamar un principio de interpretación privada (o libre

examen, que es igual) es contrario a su pensamiento. Pensar

que el Espíritu Santo inspira acertada y autoritativamente a

todo el que lee por su cuenta la Escritura, es responsabilizar

al Espíritu Santo de toda fantasía personal y ¡va contra lo

que dice el mismo texto bíblico! Todo esto dicho de modo

positivo equivale a postular la necesidad de una

interpretación oficial  (de  la  cual  no  se  habla  en  el  texto  de

Pedro).

Este principio, además, destruye la unidad de la Iglesia

porque produce anarquía doctrinal y caos teológico, puesto

que cada fiel puede interpretar como “el Espíritu le inspire”,

pero de hecho, muchos cristianos –de buena fe, pensamos–

se creen inspirados con interpretaciones diversas y

contradictorias,     como     se     ve por         el     permanente

desmembramiento de las iglesias protestantes en nuevas

sectas y movimientos. “Resulta que, dice el P. Colom, al leer

un mismo pasaje de la Biblia, unos entienden una cosa, y

otros otra, aunque sea contradictoria de la primera. Leyendo

la misma Biblia, unos dicen que hay un solo Dios, y otros,

que hay varios dioses; unos creen que Jesucristo es Dios, y

otros lo niegan; unos dicen que hay infierno, y otros que no

lo hay; unos entienden que hay que bautizar a los niños, y

otros que sólo a los adultos; y así en tantas cosas en que

difieren entre ellas los centenares de sectas protestantes.

Ahora bien, ¿puede el Espíritu Santo, que es Dios,

inspirar cosas contradictorias? ¿Puede decirle a uno que hay

un solo Dios y a otro que hay varios dioses? ¿A uno, que

Jesucristo es Dios, y a otro, que no lo es? El Espíritu Santo

no puede mentir, ni puede decir la Biblia —palabra de

Dios— cosas contradictorias. Entonces, el principio del libre

examen, defendido por las sectas como norma inmediata de

fe, que les señala lo que han de creer, es falso, y falsa


 

 

también, por consiguiente, la religión que lo enseña”. Incluso

vemos que importantes autores han dado, en el curso de su

vida, interpretaciones diversas de algunos pasajes de la

Biblia. Si el Espíritu Santo inspira a quien la lee, ¿es que el

Espíritu Santo se ha desmentido de sus anteriores

inspiraciones?

Igualmente, este principio es falso porque puede ser mal

usado (y de hecho ha sido mal usado) por nuestras pasiones

desordenadas que, en muchos casos, tienden a buscar

interpretaciones que no exijan un cambio de vida sino que

sean proclives a la indulgencia moral. Así, entre algunas de

las primeras sectas protestantes se buscó justificar la

poligamia (con el    creced y multiplicaos de Gn 1,28), el

Parlamento inglés justificó el casamiento de Enrique VIII con

Ana Bolena porque en 1Sam 1,5 se encuentra el texto

amaba a Ana (se refiere al padre de Samuel), y así podría

justificarse cualquier cosa.

Este principio es también impracticable porque muchos

tienen imposibilidad física (no saben o no pueden leer),

como niños, analfabetos, ciegos, incultos, etc.; y otros tienen

imposibilidad moral (quienes cuentan con poco tiempo o

poca capacidad mental).

Es tan impracticable este principio que los

protestantes mismos lo practican sólo cuando les conviene

(muchas veces sin ninguna mala voluntad). Por ejemplo,

muchos de ellos se enojarán al leer estas cosas y tratarán de

refutarlas, pero ¿con qué derecho? Si son fieles a su

principio, ¿por qué no me dejan tranquilo interpretando por

mi cuenta la Biblia? ¿Acaso el Espíritu Santo no puede ser

quien me inspira a mí estas cosas al leer la Biblia? Y si me las

inspira a mí, ¿qué tienen ellos que venir a enseñarle a mi

Maestro interior? Todo protestante que intenta enseñarnos

algo o corregirnos en alguna cuestión bíblica, traiciona el

principio de libre examen. Cuando un miembro de una secta

nos pregunta: “¿dónde dice la Biblia tal o cual cosa?”, si uno

le respondiera: “me lo inspiró el Espíritu Santo al leer una


 

 

carta de San Pablo”, él debería callarse, respetando su

principio. Si no respondemos así, es por honestidad y porque

no se debe mentir y nosotros sabemos que ese principio es

falso. Tal vez algún miembro de una secta piense que el

Espíritu Santo lo inspira a él o a los miembros de su iglesia o

secta y no a nosotros. En tal caso, ¿con qué derecho? ¿dice

la Biblia en algún lugar que sólo inspirará al Pastor Jiménez

o al Ministro Bermúdez, o a tal o cual persona y no a las

demás? El principio del libre examen es, por eso, el principio

del antimagisterio: no hay maestros en cuestiones de fe. Pero

esto, vale para todos, empezando por los pastores

protestantes, quienes deben limitarse a imprimir Biblias y

regalarlas callándose la boca.

Este      principio      además      es      desmentido      por  

todos (¡t-o-d-o-s!) los protestantes y miembros de sectas,

pues todos ellos reparten, regalan y leen traducciones de la

Biblia, y no los textos originales. Y toda traducción es una

versión, es decir, una interpretación. Basta leer las

interminables discusiones filológicas y exegéticas entre

escuelas y profesores del mismo ambiente protestante

(tómese el trabajo de ir a una Biblioteca y pida algunos

ejemplares de revistas bíblicas protestantes y verá que se

discute sobre el sentido de innumerables pasajes bíblicos).

Por eso, toda traducción es una interpretación dada por un

autor determinado (incluso en versiones en lenguas

originales, pues hay muchas variantes en los diversos

manuscritos y los exegetas deben elegir; véase, por ejemplo,

la versión del Nuevo Testamento griego de Nestlé-Aland –

protestante– con todas sus notas conteniendo diversas

variantes del texto. Si cada uno debe leerla e interpretarla

solo, con la ayuda del Espíritu Santo, ¿por qué la lee en una

traducción que es ya una interpretación dada por otro autor?

Y si la interpretación de ese autor es válida y me sirve,

entonces ¿por qué la Iglesia católica no puede enseñar a

interpretar la Biblia si cualquier traductor lo hace? ¿Acaso no

aceptan el magisterio interpretativo de         Reina-Valera  los


 

 

protestantes que leen su versión, o los que usan la          King

James Version? ¿Acaso Lutero no tradujo –o sea, interpretó–

y enseñó sus interpretaciones al legar a sus fieles su versión

de la Biblia? ¡Cierto que lo hizo, incluso anulando pasajes

que a él no le parecían inspirados! Y si Lutero podía ser

maestro de los demás, entonces no respetó su propio

principio. Al menos ¿con qué derecho se quita esta autoridad

a los obispos, papas y sacerdotes católicos pero se concede a

los traductores y pastores? Me parece que ésta es una

variante de la ley de “la regla para ti, y no hay regla para

mí”.

 

El principio del libre examen encierra una gigantesca

contradicción. Los protestantes niegan que la Iglesia católica

sea infalible, pero luego aceptan que cada uno de ellos es

infalible en su interpretación de la Biblia. Si ellos son

infalibles, ¿por qué no puede ser infalible el Papa? Y si el

Papa es infalible (y todo el que lee la Biblia es infalible en su

interpretación de la Biblia, al menos en lo personal según el

principio protestante) ¿por qué no puede enseñar a otros

algo en lo cual él es infalible?

Si ellos (los protestantes) no son infalibles, ¿por qué

se ponen a objetarnos a los católicos las cosas que creemos?

Si no son infalibles, los equivocados pueden ser ellos. ¿Por

qué tenemos que ser nosotros los equivocados? Y si todos

somos infalibles pero todos creemos cosas diversas,

entonces, ¿qué es la infalibilidad?

Lamentablemente, con estos principios no cae la

infalibilidad sino la Iglesia y la misma Biblia.

Los principios protestantes conducen a la negación

de la autoridad divina de la Biblia, como lamentablemente

ha ocurrido a muchos estudiosos y teólogos protestantes que

han terminado en el racionalismo negando todo valor

histórico –primero– y revelado –al fin– a los textos revelados.


 

 

Quiero terminar con el testimonio de un ex pastor

protestante, Bob Sungenis: “Al hojear la pila de libros

católicos que (unos amigos ex protestantes convertidos al

catolicismo) me habían enviado, lo primero que examiné fue

la idea protestante de sola scriptura, la noción que sólo la

Biblia tiene autoridad. Fue como una cachetada en la cara

cuando me di cuenta de la verdad de la reivindicación

católica que     sola scriptura es una doctrina falsa, una

tradición de los hombres. La Biblia (y por extensión        sola

scriptura) fue la doctrina a la que dediqué mi vida. Al

estudiar la enseñanza católica contra      sola scriptura me di

cuenta, instintivamente, de que todo el debate entre el

catolicismo y el protestantismo podría resumirse en el

concepto de la autoridad. Cada doctrina que uno cree está

basada en la autoridad que uno acepta. Decidí comprobar

esta teoría de los Reformadores pidiéndole a muchos

estudiosos y pastores protestantes que me ayudaran a

encontrar  sola scriptura  en  la  Biblia.  En  esta  etapa,  no  me

sorprendió que ninguno pudiera darme una respuesta

convincente.

Me citaban versículos que hablaban de la veracidad e

imposibilidad del error en la Biblia, pero no me podían citar

una frase que dijera explícitamente que las Escrituras son las

únicas que tienen formalmente autoridad suficiente.

Curiosamente, algunos de estos protestantes tuvieron

la honestidad de admitir que en ningún sitio de la Biblia se

enseña   sola scriptura, pero compensaban esta laguna

diciendo que la Biblia no tiene que enseñar       sola scriptura

para que la doctrina sea cierta. Pero yo me di cuenta de que

esta posición era insostenible. Porque si sola scriptura –la

idea que la Biblia es formalmente suficiente para los

cristianos– no es enseñada en la Biblia, sola scriptura es una

propuesta falsa y contradictoria en sí.

Al estudiar las Escrituras a la luz del material que me

había sido enviado, empecé a ver que la Biblia señala a la

Iglesia –y no a sí misma– como la máxima autoridad en


 

asuntos doctrinales y espirituales (cf. 1Tim 3,15; Mt 16,18-

19; 18,18; Lc 10,16).

(...) Reconocí que la Biblia, aunque contiene la

revelación inspirada por Dios, no puede ser la ‘autoridad’

máxima, pues depende de personas que razonan para

observar lo que dice y, más importante aún, para interpretar

lo que significa. Además, sabía que la Biblia nos advierte que

contiene información difícil y confusa que puede ser (si no

tiende a ser) tergiversada en un sinfín de interpretaciones

falsas e imaginarias (cf. 2Pe 3,16).

Durante los años que anduve perdido en el desierto

teológico del protestantismo, siempre supe que había algo

equivocado, pero no sabía exactamente qué. Ahora

empezaba a enfocar el problema y a discernir las partes del

rompecabezas. Mientras más profundizaba, más me daba

cuenta del daño que la teoría de sola scriptura había hecho a

la cristiandad. La más evidente en este sentido era el

protestantismo      mismo:      una       enorme       masa       de

denominaciones en conflicto y desacuerdo, ocasionado por

su propia naturaleza de ‘protesta’ y desafío, una interminable

proliferación de caos y controversia.

Mis diecisiete años de estudios bíblicos protestantes

me aclararon una cosa:     Sola scriptura era un eufemismo

para ‘sola ego’. Lo que quiero decir es que cada protestante

tiene su propia interpretación de las Escrituras, y, claro está,

cree que la suya es superior a la de los demás. Cada uno da

su punto de vista, asumiendo que el Espíritu Santo le ha

guiado a esa interpretación personal”9.

*    *    *    *    *

 

 

 

 

9 Bob Sungenis,       De la controversia a la consolación, en: Patrick

Madrid,   Asombrado por la verdad, Basilica Press, Encinitas, Estados

Unidos 2003, p. 135-137.


 

 

Hasta aquí nuestro capítulo principal y central. Quiero

terminar con dos cuestiones.

La primera es reiterar lo que dijimos más arriba: mi

intención no es privar a los protestantes de la Biblia; ésta es

una extraordinaria riqueza que ellos valoran mucho y que les

hace mucho bien; y en muchos casos son un ejemplo para

muchos católicos que no valoran la Palabra de Dios como

debieran. Mi intención no ha sido otra que mostrarles y

recordarles que, si bien ellos poseen la verdadera

Revelación, (aunque incompleta, desde nuestra perspectiva),

ésta la han heredado –históricamente hablando– de la

tradición católica, y se las ha garantizado el magisterio

católico. Es la Iglesia católica, en su tradición y magisterio de

los primeros siglos, la que ha juntado, custodiado,

preservado y discernido los libros con que hoy todos los

cristianos (tanto católicos como no católicos) alimentamos

nuestras almas. Pero los principios por los cuales los

protestantes creen que deben interpretar la Biblia sin

magisterio alguno, los lleva a la destrucción del principio

fundamental de su fe, no a preservarlo.

 

Lo segundo es que, en todas las respuestas que seguirán

en los próximos capítulos, debe tenerse en cuenta que no se

ha de responder a los no católicos que ponen objeciones a

partir de la Biblia sobre los temas que ellos quieren discutir,

sino llevarlos a la cuestión fundamental: que demuestren por

qué usan la Biblia; si ellos no quieren ir a ese campo, habrá

que recordar aquel aleccionador episodio de Nuestro Señor

(Mc 11,27-33):

 

Mientras (Jesús) paseaba por el Templo, se le acercaron

los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le

dijeron: “¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha

dado tal autoridad para hacerlo?”. Jesús les dijo: “Os voy

a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué


 

 

autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o

de los hombres? Respondedme”.

Ellos discurrían entre sí: “Si decimos: ‘Del cielo’, nos dirá:

‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Pero ¿vamos a decir

acaso: ‘De los hombres?’” (tenían miedo a la gente; pues

todos tenían a Juan por un verdadero profeta). Por tanto,

respondieron a Jesús: “No sabemos”. Y Jesús entonces

les dijo: “Entonces tampoco yo os digo con qué

autoridad hago esto”.

 

 

 

Bibliografía: Albert Lang,       Teología fundamental,

Rialp, Madrid 1966; Vizmanos-Riudor,          Teología

fundamental, BAC,        Madrid     1966;     Denzinger-

Hünerman,   El magisterio de la Iglesia  (Enchiridion

Symbolorum Definitionum et Declarationum de rebus

fidei et morum), Herder, Barcelona 1999 (para evitar

confusiones  lo  citaré  siempre  como      DS,        que  

corresponde   a   la   edición  anterior  –Denzinger-

Schöensmetzer–, más conocida y usada).

 

 

Para más información y compras, dirigirse a

“Ediciones del Verbo Encarnado”

 

El Chañaral 2699 – CC 376

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